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martes, 1 de septiembre de 2009

Leelo Muy lindo ♥

Le echa de menos. Hace dos horas que no sabe nada de él. Ya debería estar en casa. ¿Dónde se habrá metido? La chica deambula de un lado para otro de la habitación. Nerviosa. Impaciente. Quiere oír su voz. Lo llama. Tiene el móvil desconectado. Suspira. Empieza a sentir una angustia insoportable en el pecho. También en el estómago. Lo necesita. Ya. Necesita ver sus ojos azules mirándola. Necesita oír de sus labios un "te quiero". Necesita apoyar su cabeza en su pecho y sonreír mientras le acaricia el pelo. Se ha hecho de noche. ¿Y si está con otra? No puede ser. Eso es imposible. Celos. No se lo imagina con otra que no sea ella. Es... No. Él no es así. Pero, ¿y si...? Recuerda la última vez que hablaron.

- Te quiero.
- Yo te quiero más. - Ilusa. Sabes perfectamente que yo te quiero muchísimo más. - Tonterías - ¿Me estás llamando tonto? - Por supuesto. Yo te quiero más. Y pienso más en ti. - Ni en sueños. - Capullo.

Entonces ambos ríen y se dan un beso a través de la línea.

- Hagamos una cosa.
- Ahora no puedo satisfacerte, cariño. Está mi madre en la habitación de al lado.
- Qué tonta. ¡No es eso!

Ella ríe.

-Perdona, era una broma. ¿Qué quieres que hagamos?
-Mira. Cada minuto que uno piense en el otro, dibuja una rayita.
-¿Cómo?
-Pues eso. Coges un cuaderno y un bolígrafo. Y cada vez que pienses en mí, haces una raya. Sólo vale una por minuto.
-Es extraño... pero me gusta la idea.
-¿Si?
-Sí. Así demostraré que yo te quiero mucho más.
-Ya veremos.

La chica suspira. Piensa en él. Traza una nueva rayita en una pequeña libreta con un bolígrafo azul. Las cuenta. Setenta y tres. Sigue sin venir. Sin llamar. Preocupación, pero también inquietud. Y celos. Trabaja con una chica muy guapa. Sí. Más que ella. Él dice, que ni se ha fijado. Seguro que no es verdad. ¿Por qué no está ya en casa? Otra rayita. Setenta y cuatro. ¿Y si está con ésa? Suena el móvil. No es él, no es su sintonía. Número oculto. Frunce el ceño y responde. Sólo asiente con la cabeza a lo que una voz desconocida le pregunta. Por fin, le sueltan la noticia. Tiene que ir urgentemente al hospital. Ya sólo oye palabras aisladas entre el desconcierto y la confusión de su mente. Accidente. Atropello. Sangre. Contusiones. Rápidamente, sale de casa. No dice nada. Sólo corre. Para al primer taxi que ve. El tiempo se hace eterno. Las luces de la noche la ciegan. No comprende. No entiende nada. Por qué a él. Por qué a ella. Baja del coche. Corre. Entra en un gran edificio. Pregunta en recepción a una mujer mayor que le atiende con indiferencia. Habitación 1151. Pero no puede entrar. Debe esperar. No hace caso. El ascensor no llega. Sube por las escaleras. Deprisa. Tropieza. Continúa. Choca con alguien que lleva una bata blanca. No ve. No oye. No respira. ¿Dónde está él? ¿Por qué a ellos? Llega a la planta. Enfermos. Sillas de ruedas. Gente con lágrimas en los ojos. Médicos. Enfermeras de bonitas piernas. Carteles y más carteles. ¿Y él? Doctor. ¿Dónde puede encontrarlo? Más palabras sueltas. Grave. Estable. Operación. Duerme. Tranquilidad. Se sienta y espera. Pasan los minutos. Las horas. Una enfermera le trae un café con un tranquilizante. Luego otro café. Y la noche que se muere. El sol nace un día más. Tímido, pero seguro de sí mismo. Por fin, llegan noticias. Está dormido, pero puede verlo. La chica entra en la habitación. Allí está. Tumbado. Indefenso. Repleto de extraños tubos que van y vienen de alguna parte. Se acerca. Tiembla. Las lágrimas caen rompiéndose en el suelo frío de la habitación. Impoluta. Desplegando ese espantoso olor a limpio. Pregunta que si puede tocarle. La enfermera asiente. Le coge de la mano. Él no lo nota. La acaricia. La besa. Le habla. Él no la oye. Entonces lo descubre. La manga de aquel pijama que le han puesto se desliza por su brazo derecho. No puede ser. La chica remanga también el izquierdo. ¡Dios mío! Tiene los brazos lleno de rayitas. Decenas de rayitas. Minutos en los que pensó en ella. La enfermera la observa. Ha oído algo en el quirófano. Los doctores no entienden que son esas líneas que tiene pintadas en los brazos. Además, llevaba un bolígrafo azul en la mano derecha en el momento en el que lo atropellaron. No lo soltó ni en el instante del impacto. La chica sonríe entre lágrimas. Lágrimas que mojan sus brazos. Brazos que reflejan el amor que él siente por ella. Ella que cuenta una por una todas esas líneas azules. Azules, como sus ojos. Sus ojos que se abren. Se abren por primera vez. Por primera vez desde que aquel coche impactó con su cuerpo justo en el instante en el que trazaba una nueva rayita.-Ciento quince. Murmura. Sonríe. Débil. Ella se sorprende. Está ahí. Llora. Desconsolada. Pensaba que nunca más lo escucharía. Que jamás volvería a oír su voz. Da gracias a un Dios en el que siempre dice no creer. Y le besa. Las manos, los brazos, los labios. Despacio. Pero como nunca. Le ama. Y aunque él ha pensado más en ella que ella en él, está feliz, muy feliz. Tiene la oportunidad de la revancha y ganará. Porque ni un minuto más en su vida, dejará de pensar en él.

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